Escena inicial del monólogo Pasaporte con Estrellas de Emilio Carballido
Constantino sale del vientre materno a la vida
Actor: César Cubero. Producción PROTEAC. Dirección: Luis Martín.
Emilio Carballido (1925-2008):
eterno tejido de luz
El sujeto del mensaje electrónico – “malas noticias. Carballido” – me lo dijo todo. Acto seguido me sentí inundada de nostalgia y de intensos recuerdos que empezaron en 1977, cuando joven y tímida lo fui a conocer en su casa junto a Chapultepec. Para los “fuereños” como yo, conocer a Carballido era como sacar boleto a todo un mundo nuevo y maravilloso. Entrar en la casa de Carballido era entrar en la vida de él, sus familiares y sus amigos. Escucharle hablar era todo un cursillo sobre el teatro, el cine, la música y la política mexicana. Todo lo sabía y de memoria. Era una fuente inagotable de anécdotas, chismes y albures. Se deleitaba con las palabras con una felicidad creativa que sólo llegan a alcanzar Marlene y Gabriela en Rosa de dos aromas con su inolvidable explosión liberadora de groserías.
Carballido era un hombre desinteresado, que daba y daba de sí mismo, sin pedir nada a cambio. Era de admirar la humildad que siempre mostraba, desde la puesta de barbacoa que dejaba armarse frente a su casa en San Pedro de los Pinos hasta el breve cerrar de ojos y la leve sonrisa de gato feliz que daba cuando le colmaban de elogios en tantos homenajes. Para conocer de verdad al maestro, había que conocer sus obras, donde sale, con bastante frecuencia y apenas disfrazado, de personaje. El adolescente Carlos de Un vals sin fin sobre el planeta – sexualmente despierto y con ganas de subir al tren y conocer el mundo. César de Las estatuas de marfil – joven dramaturgo que se refugia en Xalapa para encontrarse y regenerarse. Y Héctor de Fotografía en la playa – el profesor defeño que va a una reunión familiar en la playa, donde recurre repetidamente al mar para explicar que las cosas nunca son como se ven: “Ves una ola, y otra y otra. Y de repente queda como flotando encima una trama de reflejos. Es nada más un cambio de los ojos, y ya estás viendo esa otra cosa, un puro tejido de luz.” Donde otros veían sólo pesimismo y fealdad, Carballido veía algo hermoso y maravilloso. Ni él ni sus personajes dejaron de creer en la posibilidad de crear un mundo mejor.
Uno quisiera ser como la Intermediaria de Yo también hablo de la rosa para recibir noticias del maestro. Pero la verdad es que no hace falta. Mientras goza de la vista que le brinda el cerro de Macuitépetl, Carballido sigue vivo entre nosotros a través de sus muchas obras y el profundo entendimiento del ser humano que se encuentra bajo la superficie. Sus textos son sutiles y engañosamente sencillos. Para entender todo lo que nos quería decir en ellos, hay que seguir el hilo que ha ido tejiendo desde La hebra de oro, obra en la que un hilo mágico permite comunicarse con un querido ser fallecido. Si seguimos ese hilo y pasamos por la misma puerta cerrada y marcada con X, seguramente ahí nos espera Carballido con sus ojos pícaros y sonrisita de gato contento. Como dice Héctor en Fotografía de la playa, la muerte es como el mar, un lugar de constante regeneración: “con un visor te asomas al cementerio y ves un tejedero de coral blanco.” Carballido era como el mar: murmurante, pero vibrante y profundo. Y como las olas traviesas, cariñosas, medio poetas y medio groseras de El mar y sus misterios, Carballido seguirá vivo, reproduciéndose y regenerándose en los ojos de su público y en los jóvenes creadores que han seguido el hilo de oro dramático que el maestro empezó a tejer hace tantos años. Los que tuvimos la fortuna de compartir un tramo de su “vals sin fin por el planeta” confiamos en lo que dice Fifí en Orinoco – “Falta lo más hermoso todavía” – y le deseamos muy buen viaje.
Jacqueline E. Bixler
Virginia Tech
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